Mie 30 de Julio de 2025
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Opinar sin freno: la nueva política del teclado

En tiempos donde la inmediatez digital dicta la agenda pública, opinar sobre la vida ajena se ha convertido en un deporte nacional. No hablamos de un debate democrático, sino de un linchamiento cotidiano que encuentra en las redes sociales su escenario perfecto. Cada persona que decide aspirar a un cargo político queda expuesta a una disección pública que pocas veces se limita a sus propuestas. Se examina su vida privada, su pasado lejano y hasta su apariencia física, como si esas fueran las variables que definen su capacidad de gobernar.

Como medio, creemos necesario señalar que este fenómeno no es un síntoma menor: revela una cultura que confunde el derecho a expresarse con la licencia para deshumanizar. El anonimato digital y la viralidad inmediata han erosionado el límite entre la crítica legítima y el ataque personal. Lo preocupante es que esta práctica no solo desgasta a quienes se atreven a participar en la vida pública, sino que empobrece el debate colectivo, reduciéndolo a una competencia de sarcasmos y sentencias rápidas.

No negamos que la función de la ciudadanía sea cuestionar a sus representantes. De hecho, esa es la base de cualquier democracia sana. Sin embargo, cuando la crítica abandona el terreno de las ideas y se convierte en un ejercicio de humillación, perdemos todos. La política deja de ser un espacio de discusión de proyectos y se transforma en un espectáculo que premia el insulto por sobre el argumento, y el meme por sobre el análisis.

Por eso, desde este espacio editorial, consideramos urgente recuperar ciertos principios básicos: contrastar información antes de difundirla, diferenciar hechos de opiniones y, sobre todo, mantener la dignidad como límite infranqueable. No se trata de callar, sino de hablar con responsabilidad. Un político debe rendir cuentas, sí, pero no a costa de su intimidad ni de su integridad personal cuando estas no guardan relación alguna con el interés público.

Nuestra posición es clara: opinar es un derecho, pero hacerlo sin filtro ni fundamento es un acto que debilita la calidad del debate y, en última instancia, la salud de la democracia. Si aspiramos a construir un espacio público más justo y serio, debemos exigir menos chismes y más ideas, menos juicios sobre vidas privadas y más discusión sobre programas de gobierno. De lo contrario, seguiremos alimentando un escenario donde la política es solo otro reality show, y la ciudadanía, un jurado que confunde likes con participación real.



Domingo, 27 de julio de 2025
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