Sé lo que no hicieron el verano pasado  Los últimos días del año pasado distaron de ser tranquilos, y la percepción de malestar tenía sus fundamentos: cortes de luz, conflictos laborales, temor a los despidos, la disolución de la Afsca, la disparada del precio de la carne, la fuga de los implicados en los asesinatos de la efedrina y las peores inundaciones en muchos años ocuparon la cabeza de los argentinos en la recta final de un 2015 cuando menos, extraño.
Pero no la de Mauricio Macri, el recién estrenado presidente, que ante el panorama de desastre optó por relajarse en el sur junto a su familia.
Poco más de dos semanas transcurrieron desde su asunción de la presidencia cuando Macri consideró oportuno un impasse en el que, para remarcar el carácter sagrado del descanso presidencial, Gabriella Michetti se encargó de solicitar que “no molesten a Mauricio”. De ese modo, Macri dejaba virtualmente acéfalo al país mientras su gabinete se despachaba con declaraciones a las apuradas y medidas ídem para mitigar un poco el temporal, que fue (es) no sólo climático.
Ninguno de estos problemas, sin embargo, pareció sobresaltar el espíritu de siestero pueblerino del presidente, que para su vuelta a la vida pública, el lunes 4, eligió abrir la temporada veraniega en Mar del Plata. La elección del ámbito no pudo ser más significativa: el Espacio Clarín. Una feliz sociedad Uno de los principales beneficiados con la desaparición de la Afsca y los oportunos “retoques” a la Ley de Medios será sin dudas el Grupo Clarín, el monopolio mediático más fuerte del país.
El Gran Diario Argentino nunca ocultó su disconformidad con las herramientas legales que acotaron su poder y que abrieron la puerta a la aparición de medios no encuadrados dentro de la hegemonía empresaria y discursiva planteada por el Grupo.
Enmascarando sus cuestionamientos económicos detrás de la causa incuestionable de la defensa de la libertad de expresión, Clarín emprendió una cruzada jurídica y, sobre todo, mediática contra el gobierno anterior. Para la embestida, utilizó a todos sus productos televisivos, radiales y escritos y a su plantilla de asalariados y afines para instaurar una sensación de debacle nacional inminente. En paralelo, apoyó no tan tácitamente a cualquier candidato opositor potable, desde antes de las PASO hasta la segunda vuelta del pasado 22 de noviembre.
Combinando una hábil manipulación de mal humor coyuntural, enconos añejos, insatisfacciones más ligadas a cuestiones de forma de que fondo político y, sobre todo, a una división entre el país cleptócrata y la república ideal a ser salvada, la estrategia dio sus frutos, consiguiendo para uno de los mayores símbolos de la patria financiera el sillón de Rivadavia. Macri supo pagar el favor y, en el anuncio de la modificación de la Ley de Medios por decreto, el jefe de Gabinete del Gobierno, Marcos Peña (el primer mandatario todavía estaba de vacaciones) se encargó de señalar que hoy se termina la guerra del Estado contra el periodismo”.
Además de confundir Estado con Gobierno, una sutileza quizás insignificante para sujetos apolíticos como los integrantes del combo macrista, otra muestra de descuido de Peña fue la de no señalar con cuál periodismo el Gobierno firmó un armisticio. Es muy fácil asociar la satisfacción con el rumbo de las cosas de los pulpos como Clarín, pero no se avizora un buen futuro para medios modestos o con dosis de independencia que los ubican fuera de los conglomerados de poder. Para ellos, la AFSCA y la Ley de Medios constituyó un paraguas protector de una pluralidad a veces desprolija, a veces caótica, a veces molesta pero siempre necesaria.
Puestos a hacer vaticinios basados en la experiencia pasada, no cuesta imaginar una visión unívoca de la realidad recortada a la medida del Gobierno por los medios leales y el disciplinamiento de los otros por las vías judiciales, económicas o por la simple vía del ahogo. Esta mirada ya se hace evidente por estos días en las páginas de Clarín que, en un exceso de poética escatológica, se luce hablando de la cloaca de la herencia, del cenagal en que deben moverse Macri y María Eugenia Vidal, del repugnante ciclo que concluyó y hasta reivindica las profecías de la “pitonisa” (sic) Lilita Carrió, para salvar la imagen de una gestión hasta ahora anodina, gris y que parece tener como objetivo el escamoteo de la discusión y la tendencia al decreto fácil.
Las fichas en materia de comunicación ya están jugadas. Sólo resta ver de dónde surgirán los nuevos Neustadt, Grondona, Hadad y Beldi que esta vuelta a los noventa nos traerá de regalo.
Nicolás ToledoMartes, 5 de enero de 2016
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