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El Obispo Adolfo Canecín destaca la celebración del año de la vida consagrada

Monseñor Adolfo Canecin destacó la celebración del Año de la Vida Consagrada que fue convocado por el papa Francisco, en noviembre de 2014, y que finalizará este 2 de febrero. El obispo expresó su reconocimiento y agradeció el servicio en esta diócesis de las religiosas, consagradas y religiosos de diversas congregaciones.

Monseñor Adolfo Canecín recordó que la iniciativa fue pensada en el contexto de la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II y, en particular, del aniversario de la publicación del decreto conciliar Perfectae caritatis.

El primer objetivo del Año de la Vida Consagrada fue mirar al pasado con gratitud. Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia.

Fue una ocasión para dar gracias de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha representado un «soplo» del Espíritu Santo para toda la Iglesia.

“Gracias a él, la vida consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu” recordó el Papa Francisco.

El Año de la Vida Consagrada invitó a vivir el presente con pasión. La memoria agradecida del pasado nos impulsa, escuchando atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, a poner en práctica de manera cada vez más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada.

Y finalmente “abrazar el futuro con esperanza”, fue el tercer objetivo de este Año.

El Papa expresó en tal sentido que : «Donde hay religiosos hay alegría».

Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

«La vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia». Por eso el Papa recuerda que “está en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, en cuanto expresa la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo”.

“Que nuestra Tierna Madre de Itati, ejemplo de escucha y de la contemplación, los acompañe como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo”.


Lunes, 1 de febrero de 2016
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