Lun 29 de Abril de 2024
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Patria o globos

Una vez más, nos quedamos con el sabor amargo de haber tomado una de las peores decisiones de nuestra historia nacional. Una vez más ganó la especulación, la rosca de los legisladores gourmet que desprecian los sanguchitos y de los gobernadores que gobiernan con lógica de almacenero, lejos, muy lejos de la capital pero más lejos aún de la idea de Nación soberana.

Digo esto porque lo que se puso en juego en el Congreso el 15 de marzo no fue únicamente el pago a los fondos carroñeros que la retórica técnico- sumisa del gobierno de Macri ahora define como holdouts (un toquecito anglo siempre suma a la hora de apartar a la gente de definiciones más precisas para la lógica apátrida de los que tienen el poder por estos días), no. Es algo más profundo, más significativo y, como todas las ideas trascendentes, más imprecisa- en los absolutos descansa la inefabilidad-, algo que los tecnócratas disfrazados de máquinas precisas quieren desterrar de la discusión: la idea de patria.

Desde el 10 de diciembre somos modernos, nos reímos en las redes sociales de los KK chorroscorruptosseguidoresdelayegua, jugamos con globitos amarillos, confiamos ciegamente en la tecnología, admiramos a Bill Gates y despreciamos a Perón, amamos la tibieza de lo relativo porque no creemos- no quieren que creamos-, en los absolutos, y un petimetre banal como Marcos Peña nos sale a decir que la división entre derecha e izquierda le aburre, y una estreñida como la Malcorra nos sale a decir que hay que desideologizar las relaciones exteriores, y Prat Gay, tan look Harvard, nos sale a decir que los militantes son grasas, y Clarín y La Nación y Pergolini asienten y relativizan todo para darle fuerza a lo que dicen el banal y la estreñida y la borracha y el iletrado.

Así sacamos de la discusión y del lenguaje cotidiano la palabra patria, y solamente dejamos que las directoras de escuela y los intendentes la desempolven en los actos cívicos. Entonces nos llevan ahí, nos tienen donde nos quieren, disgregados y sin una idea de proyecto común y sin una abstracción simbólica que nos congregue en la pertenencia a una identidad general.

Entonces, tan vacíos de cosas inmateriales como estamos, tan huecos de nacionalidad como nos pretenden para seguir cambiando, dejamos que el léxico del debate lo definan Durán Barba y Majul, caemos en su juego, somos funcionales al excluir lo trascendente para dejar únicamente lo coyuntural; nos dejamos ahogar con cifras amañadas, con antecedentes dudosos, con historia manipulada y guardamos en el canasto de las cosas viejas conceptos como soberanía, orgullo nacional, libertad y autodeterminación, pueblo, Estado, porque son anacrónicas y a los revolucionarios de la alegría nada les horroriza más que estar pasados de moda.

Aunque la modernidad eterna, como Dorian Gray, les signifique ser nada más que una pintura descascarada sin nada debajo.

La traición no fue inventada por Cambiemos o el Bloque Justicialista o por los ciudadanos a pie que apoyan oligofrénicamente a Macri, nada que ver: desde Judas para acá, fueron más los vendidos que los íntegros, y por eso la lealtad destaca como un valor y no como la norma. Pero la traición perpetrada por los 165 a nuestro país debería ser señalada como el kilómetro 0 de algo que la masa adormecida todavía no alcanza a dimensionar, el punto de partida de otro ciclo de frustración, miseria, pobreza, desempleo, concentración de capitales, sumisión a los organismos usureros.

En este caso no existe el atenuante de la ignorancia sobre las consecuencias, ya que idénticas decisiones ocasionaron desastres por los aquellos con más de treinta ya pasamos, y por eso la condena moral para los vendepatrias debe ser mayor.

Macri, con el apoyo de los 165, se acaba de cargar a una generación, eso es indiscutible. Ahora, lo que todo argentino bien nacido no puede hacer es convertirse en plañidero profesional ante los desmanes de los bárbaros. También la experiencia demuestra que la simple denuncia no sirve sin organización y acción política. El contragolpe debe hacerse sentir de todos lados y con una fuerza tal que su contundencia no haga posible la invisibilización.

A días de un nuevo aniversario del 24 de marzo en que los genocidas tomaron el poder, una vez más, la resistencia necesita estar de pie, en la calle y no dejando espacios libres para otros avances. Es una instancia superior la que nos reclama, y la sordera no nos protegerá cuando la escalada de violencia institucional y supresión de la disidencia se torne más virulenta. (Nicolás Toledo)


Jueves, 17 de marzo de 2016
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