Sab 18 de Mayo de 2024
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Reconocimiento a mi querido viejo, veterano de guerra

Aquella fría noche de otoño del 82, mi madre, siempre tan expeditiva, me despertó en la madrugada, lo recuerdo muy bien porque era aún de noche, habrá sido a las cuatro o las cinco, no lo sé, pero si sabía que era algo poco usual en mí, ya que yo iba al segundo grado de la escuela normal de Monte Caseros y cursaba en el turno tarde, por lo tanto no entendía el motivo de haberme despertado a esa hora. En la casa, estaban todos con los ánimos similares a un previaje, aunque sin valijas. Me cepillé los dientes, mi mamá me preparó la leche y vino la pregunta curiosa de un chico curioso que era yo a mis cortos siete años y la respuesta me dejó más estupefacto: “Vamos a buscar a tu papá que viene de la guerra, del sur”.

Me acuerdo que se me vinieron una catrallada de sensaciones e interrogantes. No hacía mucho tiempo me habían dicho que estaba en las Malvinas peleando en una guerra con los ingleses, que en la escuela nos habían hecho dibujar cosas para los soldados ahí y juntar chocolates, cigarrillos jockey club y otras cosas para mandarles a nuestros chicos que peleaban por nuestra patria, entre ellos, muchos correntinos, y entre éstos, mi viejo. En aquella oportunidad le había dibujado en un papel de cuaderno una bandera argentina en un mástil, bien alta mi bandera, un poco desproporcionada porque era demasiado grande, nunca fui muy bueno para dibujar, y debajo de ellas unos soldaditos argentinos formados, en posición de firme y más abajo las islas, todo en celeste y blanco y una leyenda que iba para mi padre. “Papá, te esperamos”, cuando era chico no era muy expresivo para escribir.

Me puse tan contento hasta que me dijeron, algo que lo entendí mucho tiempo después, que íbamos a esperarlo, pero que estaba la posibilidad de que no vuelva, era un 50 y 50. Es que desde la rendición de nuestros muchachos allá, no hubo mucha comunicación entre ellos y el continente, y la verdad, ni mi madre, ni mi abuela sabían si papá estaba vivo. Sólo sabían que venía un tren con muchos de ellos y que iban a hacer una escala en la estación de tren Ferrocarril General Urquiza de Monte Caseros y hacia allí fuimos, ya que no se sabía a que hora iban a llegar a ciencia cierta, pero esa mañana seguro llegaban.

Nos abrigamos bien todos, hacía un poco de frío, y tras desayunar fuimos caminando hacia la estación a la que llegamos cuando el sol empezó a asomar, y ahí empecé a sentir de nuevo una mezcla de sentimientos, un poco de ansiedad, un poco de inquietud, decepción pero no temor. Porque en ese momento en el fondo de mí yo sabía que mi padre venía hacia nosotros. Mi abuela me había enseñado a rezar desde muy chico, a creer en Dios y en la virgencita de Itatí y durante todo el tiempo que duró el conflicto con las Malvinas, todas las tardes, de todos los días, me iba yo a rezar el rosario en la casa de una vieja, vieja como mi abuela, pero mas religiosa que rezaba el rosario todos los días y mucha gente del barrio iba allí. Honestamente a regañadientes me iba porque era justo cuando volvía de la escuela, justo a la misma hora de los pitufos que miraba en ese televisor blanco y negro que teníamos en la casa de mi abuela. Pero como me habían dicho y yo creía, que si rezábamos mucho por mi papá, Dios lo iba a cuidar y él regresaría sano y salvo. Así que iba nomás.

Por lo tanto, cada vez que escuchábamos la bocina de alguna locomotora, me acercaba lo más que podía al andén y esperanzado miraba y pensaba en que podía ser mi viejo que volvía de las Malvinas. A mí alrededor habían cientos de personas, todas con banderitas de nuestro país, casi como un 9 de julio o un 25 de mayo, pero no habían tantos chicos, niños, como yo, eso me extrañó un poco, pero estábamos allí, familias enteras, padres, madres, mujeres, novias, todos esperando un tren que a medida que pasaban las horas, no llegaba, y desde el altoparlante de la estación un locutor anunciaba que cada vez estaban mas cerca y recuerdo bien, hasta habían montado un espectáculo durante la espera, una zorra, con banderas argentinas, que iba de un lado al otro, algo que me llamó poderosamente la atención, como para distraernos de la enorme tensión que teníamos todos, a menudo pasaban las horas, de hecho, pregunté a mi mamá que hora era y eran las 10, y no pasaba nada. Mi abuela, me acuerdo que mi abuela rezaba, en silencio rezaba, ella tampoco sabía a ciencia cierta si su hijo venía en ese tren de soldados y combatientes que regresaban de las Islas Malvinas. Yo no sabía que hacer, por momentos no sabia si llorar, no sabía con mis siete años que hacer. Mi mamá, solo pensaba y trataba de tranquilizarme.

Encima, a cada rato llegaban trenes, pues ese Ferrocarril aún funcionaba, y para nuestra desgracia, ninguno era, el tren que los traía, y así estuvimos, habremos estado por una hora más, hasta que de pronto apareció la locomotora y el locutor de los altoparlantes del andén de la Estación anunciaba que los recibamos con un fuerte aplauso, y pasó toda la formación frente a nosotros. Recuerdo que casi todos estaban vestidos de verde, muchos de ellos con colchonetas a sus espaldas, muy flacos, todos muy flacos, y el tren frenó y empezaron a bajar de a poco.

Yo que no medía más de metro y medio de altura, mucho no podía ver, entonces miraba a mi madre y a mi abuela, que miraban para todos lados, buscando a mi padre. En ese momento, si, por un momento, me sentí un poco decepcionado, todos bajaban, me acuerdo que vi a mucha gente abrazarse y llorar, nunca había visto a tanta gente llorar, algunos de alegría y otros de tristeza, ya que he visto a soldados contestar con un NO, con la cabeza y una mirada triste ante la pregunta de familiares que buscaban a sus hijos. Temí por ser alguno de ese grupo, y hasta que se nos apareció una cara conocida bajándose de uno de los vagones, era Don Duarte, un amigo de mi padre, que nos saludó a todos y nos dijo esas palabras que nos quedaron grabadas a fuego a mi abuela, a mi madre y a mí: Allá viene, está en uno de los vagones del fondo, en ese momento no aguanté más y me solté de la mano de mi madre y corrí hacia los vagones de atrás, recuerdo que corrí tanto ese día, y miraba todas esas caras, de soldados, chicos, desgarbados, flacos, y buscaba la mirada de mi padre, me acuerdo que mi madre me gritó para que me quedase y no le hice caso.

Seguí corriendo hasta que del último vagón, no se cuantos habrán sido, pero para mi eran interminables, lo veo bajar a mi viejo. No se imaginarán de la alegría y la felicidad al verlo vivo, entero, flaco si, pero entero y ahí conmigo, después de no haberlo tenido en casa como siempre por mucho tiempo. Las palabras no alcanzan a describir lo que sentí en ese momento. Sólo sé que le grité: Papá! Y corrí con los brazos abiertos por al menos media cuadra, y nos abrazamos en un abrazo interminable y allí no pude más y lloré muchísimo. Y le dije, “allá está mamá y la abuela, venimos a esperarte, acá estamos, todos juntos, otra vez”.

Por eso, y volviendo en el tiempo, más acá, pienso que el conflicto armado con el Reino Unido, nos marcó a todos, en cierto modo, y hoy puedo, con 30 años después, poder contarles esta experiencia, de hijo de un veterano de guerra de Malvinas, testimonio afortunado en mi caso, porque gracias a Dios, aún lo tengo a mi viejo vivo y más allá de la desmalvinización, de la vergüenza y de la indiferencia de los gobiernos posteriores, aprovecho esta ocasión para brindarle mi pequeño homenaje, mi testimonio, desde mi lugar, desde lo que viví y ahora revivo, porque hay una especie de “revival” y ojala que todo sea por vía diplomática ya que la guerra es lo peor que hay. Seguramente habrá muchos, miles de testimonios como este, a 30 años después y no tanto como hombre de la prensa y como periodista, dada mi formación y actividad, pero más como ser humano y como hijo es que escribo esto, y con esto mi reconocimiento a mi viejo, por su valentía y a todos los que volvieron y a todos los que se quedaron allí. Las Islas son nuestras y siempre lo serán!

Nota del autor: Mi viejo me pidió que en su nombre incluya en esta nota un muy especial agradecimiento y un saludo muy especial a quienes estuvieron con él en el conflicto armado, principalmente al Regimiento 4 de Infanteria de la ciudad de Monte Caseros, desde el jefe que en esa época era el Tnte. Coronel Diego Alejandro Soria y a todos los suboficiales y soldados que estuvieron con él. En especial cito textualmente "a estos 5 soldados que estuvieron con él: Romero, Julio Teodoro, Quintana, Barboza, Rolòn y Monzòn y a todas las madres que perdieron a sus hijos en la guerra, como a la madre del soldado Aguilera, a la del Sarg. Montellano, y del sub-tnte".

Angel Pérez Rodo (h)


Sábado, 2 de abril de 2016
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